CARMEN M. LÓPEZ Madrid | viernes, 22 de junio de 2018 h |

Todo comenzó en 1989 en el Monasterio de El Paular, cuando miembros destacados de la, por aquel entonces, recién creada Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc) protagonizaron una reunión monográfica con el objeto de debatir las relaciones entre la microbiología y las enfermedades infecciosas y el futuro de ambas especialidades.

Así lo recordó Emilio Bouza, infectólogo y catedrático emérito del Departamento de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, cuando recogió el Premio a la Trayectoria Profesional en el ámbito de la Medicina; un galardón que ha querido poner en valor todo lo que este infectólogo ha hecho por la especialidad en España. Hay que recordar que fue él mismo quien fundó la Seimc en 1982.

Precisamente, los llamados acuerdos de El Paular —vigentes y totalmente de actualidad— abogaron por la potenciación de la microbiología clínica como especialidad, rechazando la troncalidad; pusieron de manifiesto la necesidad del reconocimiento de un marco legal para la especialización en infecciosas; e impulsaron la filosofía de la integración entre especialistas.

Más allá de logros y avances, lo cierto es que los Fundamed & Wecare-u no han pasado por alto todo esto, así como la labor que Bouza ha realizado en el Sistema Nacional de Salud. Pionero en desarrollo de los estudios multicéntricos en España y en Europa, su huella está presente en el mundo científico. “Es un premio que rebosa generosidad y que acepto —dijo—. Entiendo que no se dirige a mi, sino a la gente de mi generación que ha hecho cosas en el mundo de la microbiología y las enfermedades infecciosas”.

También tuvo palabras de agradecimiento al sector sanitario que en los años 70 le dio una formación; al mundo de la universidad, que le acogió en su claustro, a la Fundación Fulbright, que daba becas que permitían ir a Estados Unidos; al mundo de los hospitales. “Quisiera también agradecer a la Comunidad de Madrid y a las instituciones sanitarias, que me han hecho el mejor regalo: nombrarme emérito asistencial. Todo esto me permite dedicarme al mundo sanitario mientras me queden fuerzas, más ahora que no tengo responsabilidades administrativas”, añadió.

Fue un discurso emotivo, marcado por un recorrido a toda su trayectoria. “Soy de la generación de la posguerra, que pasó apreturas en la 50, que comía ya tres comidas en los 70 y que entró en el mundo profesional en los 70, con el desarrollo de los hospitales españoles”, expuso. En aquella época, como recordó el infectólogo, los profesionales dedicados a la Medicina Interna tenían que transitar desde la brucelosis o la fiebre tifoidea hasta unas infecciones adquiridas en el hospital —consecuencia del propio desarrollo de los mismos—.

Inmerso en la lucha de las infecciones nosocomiales, comentó que nos hemos movido en cifras que han rondado entre el 15 y el 20 por ciento de las infecciones. Hoy, España se sitúa en cerca del siete por ciento. “Ha habido un gran logro nacional —al reducir la tasa— que tiene que ver con el Pacto que se hizo entre microbiólogos de laboratorio e infectólogos clínicos para trabajar juntos”, dijo.

Del mismo modo, puso en valor el impulso que se ha dado a la sociedad científica. “Tiene unos 2.500 asociados. Es la tercera o cuarta más potente del mundo: entre la producción científica española, y entre los científicos más citados, que por cierto, un 20 por ciento son del mundo sanitario y la cuarta parte del mundo de la microbiología y las enfermedades infecciosas. Debemos estar orgullosos. Este premio va dedicado a ellos. Lo que queremos es seguir trabajando”, acotó este infectólogo, que sin duda pasará a la historia de las enfermedades infecciosas y la microbiología como uno de sus padres y mentores.