CARMEN M. LÓPEZ Enviada especial a Malta | viernes, 09 de junio de 2017 h |

El abordaje del dolor se ha convertido en un desafío nacional e internacional. Desde hace años, Europa trabaja para implantar iniciativas y estrategias para la mejora de la prevalencia del dolor.

Sin embargo, a pesar del esfuerzo sigue sin entenderse como una enfermedad en sí misma, y para muchos sigue siendo la causa de una enfermedad.

Con este telón de fondo tuvo lugar el Societal Impact of Pain (SIP 2017) en Malta, donde administración, pacientes, profesionales e industria actuaron de manera multidisciplinar para aportar valor a la práctica asistencial de estos pacientes.

Por delante, muchos retos. Uno de ellos, es el dolor como indicador medible de calidad para los sistemas sanitarios. No es un dato nuevo, pero a pesar de que sobre el papel esta recomendación está visible desde hace tiempo, hay un margen de mejora importante.

Está claro que la prevalencia del dolor agudo y crónico es considerable. De este modo, los expertos apuntan a que la su evaluación es algo más que una puntuación en los sistemas sanitarios, y por ello, debe ser considerado como parte de la evaluación general de la calidad asistencial.

Pero para avanzar en la medición y evaluación del dolor hay que describir en primer lugar y de manera homogénea entre los diferentes sistemas sanitarios el indicador de calidad. “El dolor es subjetivo, y por tanto, lo que importa es lo que el paciente demanda”, apunta Monique Steetgers de la Radboud University Nijmegen, por tanto, a su juicio hay que tenerlos en cuenta a la hora de establecer los criterios para definir los indicadores.

Hasta ahora, no hay un consenso claro sobre lo que es una buena gestión del dolor de calidad. “Es una epidemia silenciosa”, asegura Johannes Wacker, del Clínico Hirslanden, que es tratada con un “exceso de opioides”.

Los expertos también pusieron en valor la importancia de contar con registros sanitarios de calidad, con legislación sobre la privacidad, garantizando así el acceso de la sociedad.

Todas estas recetas deberían ir de la mano de la participación del paciente empoderado. Como indica Marisol García, vicepresidenta de la Alianza Europea del Dolor, es una realidad sobre el papel que hasta el momento no termina de arrancar.

La educación y la formación de profesionales y pacientes es el talón de Aquiles en el abordaje del dolor.

Recomendaciones europeas

Teniendo en cuenta esta serie de recetas, ahora toca actuar. Los profesionales consideran que la Comisión Europea debería hacer un seguimiento de los compromisos asumidos por los gobiernos nacionales, utilizando un indicador uniforme de la calidad de la gestión del dolor para facilitar el intercambio de las mejores prácticas.

“Los gobiernos nacionales y las autoridades sanitarias deberán realizar los cambios organizativos necesarios para garantizar que los pacientes tengan acceso a todos los tratamientos específicos e individualizados del dolor, incluyendo la definición de indicadores de calidad para establecer criterios con el fin de conceder acceso a la asistencia sanitaria transfronteriza”, apunta Rianne van Boekel, de Radboud University Nijmegen. De esta manera, los gobiernos nacionales y las autoridades sanitarias deben dar prioridad al cuidado del dolor en la formación médica, en la educación de las enfermeras y los profesionales de la salud para dar el pistoletazo de salida al abordaje del dolor de manera eficaz y segura.

Asimismo, de manera nacional e internacional, las autoridades sanitarias y las organizaciones de pacientes tienen que iniciar programas de educación del paciente y campañas de información “con el fin de crear conciencia pública sobre los comportamientos a corto y largo plazo de los síntomas de dolor mal tratados durante la estancia hospitalaria con el fin de reducir el estigma y aumentar la autogestión”, explica Boekel.

Además, es fundamental que se establezcan directrices de manera conjunta sobre la forma en que debe realizarse la evaluación periódica del dolor y por qué medios, así como mejorar la atención directa del paciente y facilitar la creación de registros nacionales de datos sanitarios de alta calidad e información, para posteriormente llevar a cabo la creación de directrices internacionales. “Debe asegurarse de que estos registros de salud incluyendo los registros electrónicos tengan en cuenta el dolor”, acota Boekel.