Nieves Sebastián Berlín | viernes, 19 de octubre de 2018 h |

El tratamiento de los pacientes de esclerosis múltiple ha avanzado notablemente durante los últimos años y este progreso sigue imparable. Mar Mendibe, especialista del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Cruces de Barakaldo, analiza para EG los retos por alcanzar.

Pregunta. A pesar de que no se haya determinado una causa en el desarrollo de la esclerosis múltiple, ¿hay pistas sobre algunos de los factores que pueden influir?

Respuesta. Es una enfermedad autoinmune con una predisposición genética baja y hay factores ambientales que estamos tratando de esclarecer, como el tema de la vitamina D, el tabaquismo, los cambios en el estilo de vida… Cada vez tenemos más causas y más conocimiento. Por ejemplo, hay un registro danés que lleva 50 años trabajando y que recopila datos demográficos muy importantes. Son cambios muy rápidos como para saber que no es genético, tiene que haber algo en el ambiente y el estilo de vida que tenga relación. El tema de la microbiota también tiene un papel importante en esta y otras enfermedades neurodegenerativas, como el parkinson. Hay varias líneas de trabajo en ese sentido, como la influencia del déficit de algunas vitaminas, la contaminación… pero todavía hay muchos interrogantes.

P. ¿Cuáles son las claves para realizar un diagnóstico temprano de la enfermedad?

R. El diagnóstico temprano cada vez es más frecuente. Todo el mundo está bastante concienciado, y diagnosticar un paciente con EM es relativamente sencillo: es gente joven, con síntomas focales que duran más de 24 horas… El acceso a una buena sanidad ha mejorado estos diagnósticos tempranos y creo que el problema está más en el seguimiento. Una vez que diagnosticas, los pacientes son muy heterogéneos, así que estamos buscando marcadores para prever la evolución de cada caso desde sus inicios.

P. ¿Estos marcadores pueden servir para personalizar los tratamientos ?

R. Exacto, por ahí van las claves de los tratamientos en los próximos años. Estos marcadores indican que la enfermedad puede ir a peor si hay una alta frecuencia de los brotes, si el intervalo en los primeros años es corto, si tienen una carga en resonancia magnética de lesiones alta, o si empiezan tarde, alrededor de los 40. Hay marcadores en el líquido cefalorraquídeo, en sueros… Todo este puzzle nos ayudaría a personalizar el tratamiento.

P. ¿Cuáles son los tratamientos más punteros en la actualidad y como repercuten en los pacientes a los que se les aplica?

R. Hemos dado un giro radical a la EM. Hace 25 años teníamos el primer fármaco y le pedíamos poco, que redujera los brotes y controlase la fase de inflamación. Pero cada vez se les exige más; para las formas en brotes hay 13 fármacos aprobados. Ahora hay que trabajar en las progresivas y en la neurodegeneración. Ya no sólo necesitamos que controlen los brotes, sino que evolucionen a una forma secundariamente progresiva, que la adherencia al tratamiento sea buena y que no empeore la calidad de vida.

P. ¿Qué carencias tienen todavía este tipo de pacientes?

R. Cada vez el paciente está más involucrado en la toma de decisiones. Son pacientes jóvenes y se implican. Muchos vienen con la consulta preparada y es una relación mucho más fluida y bidireccional. Las carencias son que los pacientes puedan seguir con su vida, controlar la incertidumbre… Hay que hacer una medicina muy personalizada para avanzar en este plano.

P. ¿Es suficiente la investigación que se realiza en torno a esta enfermedad?

R. En investigación queda mucho por hacer. Una enfermedad que no podemos prevenir porque no está asociada a ningún factor de riesgo necesita inversión. Hay que invertir más en I+D, sin duda, y creo que aún no nos lo creemos. Tenemos que pelearlo, porque un país que no invierte en I+D no invierte en futuro.

P. ¿Qué trabas encuentran los profesionales a la hora de investigar?

R. La mayoría de los que nos dedicamos a la clínica usamos parte de nuestro tiempo en investigación y se debe profesionalizar más. Además, tiene que haber una relación mucho más fluida con las universidades, las empresas y los institutos de investigación. Hay que mejorar la investigación traslacional, la que va del laboratorio al paciente.

P. ¿Cuál es la previsión en el corto-medio plazo de esta enfermedad?

R. Cada vez se controla más la EM y se mejora la calidad de vida de los pacientes. Sobre todo en los que empiezan ahora, van a tener un pronóstico distinto a los que se daban hace 30 años. Pero no tenemos que olvidarnos de las formas progresivas, que no responden a los tratamientos y tenemos que trabajar de una manera intensa. Faltan trabajos colaborativos a nivel estatal como se hace en otros países como Alemania, datos sobre seguridad, sobre eficacia… Trabajar de forma más colaborativa es un reto.