Alberto Cornejo Madrid | viernes, 09 de mayo de 2014 h |

“Los boticarios de la ciudad de Valencia desean propiciar entre ellos amor, fraternidad y concordia y estar en algún colegio así como están muchos y casi todos los oficios de Valencia (…) por lo que suplican a Vuestra Señoría sea su merced otorgarlo”. Con este preámbulo, el 20 de marzo de 1441, por privilegio de doña María de Castilla, se aprobó la constitución del Colegio de Boticarios de Valencia, considerado el antecedente de los actuales colegios oficiales de farmacéuticos. Sus 25 capítulos ya vislumbraban signos de lo que, seis siglos después, son la razón de ser de estas corporaciones. El décimo es clarividente, al indicar que “cada boticario, después de ser examinado y tenga obrador puesto, necesariamente tendrá que pertenecer al colegio y pagar tasas”.

Los libros de historia constatan más ejemplos de asociacionismos farmacéuticos, con denominadores comunes como el voluntarismo en su creación y pertenencia (como defensa ante el intrusismo y la mala praxis) y su perfil religioso. Por ejemplo, en 1397 Juan I de Aragón autorizó a los “fieles boticarios” de Zaragoza la constitución de la cofradía de San Miguel y San Amador. En 1625 se fundó en Sevilla el Colegio de Boticarios de San José, cuyo precedente podría situarse en la Edad Media la Congregación de Boticarios de San Cosme y San Damián.

Más cercano, sin halo religioso, es el caso de los boticarios de Valladolid, que se unieron en 1817 para defender sus intereses contra una orden del alcalde que pretendía que solo despachasen recetas emitidas por médicos de la capital. Ellos reclamaban su derecho a dispensar las de cualquier facultativo de España, como ocurre en la actualidad. Todo esto confirma que los boticarios han labrado durante siglos los objetivos y razón de ser que caracterizan a los colegios actuales, al margen de que con el paso del tiempo esas funciones se hayan refrendado en múltiples normativas.

1898: llega el ‘oficialismo’

A este respecto, cabe destacar que el 12 de abril de 1898 fue clave en la historia de los colegios farmacéuticos. En esa fecha se promulgó un real decreto que dispuso la creación de colegios farmacéuticos “en todas las capitales de provincia”, así como la colegiación obligatoria en ellos. Una obligación que, 116 años después, se mantendrá en exactos términos para la farmacia en la nueva Ley de Servicios. ¿La consecuencia? En 1898 nacieron colegios ‘oficiales’ en varias provincias: Barcelona, Lérida, Castellón, Guipúzcoa, Álava, Albacete, Almería, Málaga, Huelva, Palencia y Zaragoza. En 1899 en Cáceres, Badajoz, Asturias, Granada y Cuenca. En 1900 Lugo y Baleares. En 1902, La Coruña. Todas son ya instituciones centenarias.

Pese a todo, los beneficios de la colegiación que sigue abanderando la farmacia nacional no calaron en origen. Por entonces, fueron las presiones contrarias de la profesión las que provocaron su supresión en 1903. ¿Los efectos? Muchos farmacéuticos abandonaron las corporaciones ya existentes, dejando en riesgo su viabilidad al mermar sus presupuestos dependientes de la recaudación de tasas, y se frenó la creación en el resto de provincias que no habían cumplido aún con lo dictado en 1898.

No obstante, en 1916, un nuevo real decreto aprobó unos estatutos generales “para el régimen de los colegios provinciales obligatorios farmacéuticos”, que volvía a recoger la obligatoriedad de “inscribirse en ellos para ejercer la profesión” ya que “tiene por objeto el mejoramiento, instrucción, unión y prestigio profesional”. Tras esta normativa, se asiste a la tanda final de ‘constituciones’ de colegios de farmacéuticos: Guadalajara, Segovia, León…

Pese a todo, entre 1898 y 1916 surgieron nuevas corporaciones, como los colegios de Murcia y Burgos (1904) o los de Salamanca y Pontevedra, que en 2014 se unen al club de colegios centenarios. Mientras, otros colegios, como los de Cantabria y Huesca, celebraron el año pasado su primer siglo de vida. “La adaptación de los farmacéuticos a cada época debe ir comandada por las corporaciones que los representan”, indica Carlos García Pérez-Teijón, presidente del colegio salmantino, en alusión a su valor pasado, presente y futuro. Mirando al horizonte, García cree que los colegios “pueden y deben modernizarse, cuya renovación debe ligarse a la tecnología y en un mayor acercamiento a colegiado y ciudadano”.

Por su parte, Alba Soutelo, presidenta del otro colegio que este 2014 entra en el ‘club de los cien’, también apuesta por “mantener” las responsabilidades históricas junto a su “evolución y modernización constante, de forma que sigan siendo útiles a los profesionales”. Carlos Lacadena, homólogo del COF de Huesca, alude a una evolución ‘forzosa’, ya que “la ingente cantidad de normativas en todas las salidas profesionales nos ha hecho especializarnos mucho más para trasladar a los colegiados sus derechos, obligaciones y responsabilidades”.

Vocalías y el ‘primer’ CGCOF

El avance del siglo XX supone el desarrollo de las estructuras de los colegios farmacéuticos hasta como hoy se conocen. Respecto a sus organigramas, el RD de 1916 solo mencionaba la obligación de erigir juntas directivas, por lo que fue la propia especialización de la profesión la que diversificó las estructuras de los colegios, en concreto, a través de la creación de vocalías. La primera que tuvo cabida fue, por regla general, la de Inspectores Farmacéuticos (el colegio de Guipúzcoa lo hizo en 1950), mientras que ya en la década de los setenta y setenta proliferan las vocalías de áreas como Óptica y Acústica, Dermofarmacia…

Si los colegios farmacéuticos tienen sus precedentes históricos, también ocurre lo mismo con el Consejo General. Así, en 1938, esta institución tomó el relevo como organismo integrador de los colegios provinciales a la Unión Farmacéutica Nacional, cuya primera asamblea es situada en 1913.