Fernando Carballo Presidente de FACME | jueves, 21 de febrero de 2019 h |

En política sanitaria necesitamos pasar a la acción, más que seguir diagnosticando. Pero la acción que se requiere no es la de aplicar, sin más, ideas iluminadas, sobre todo si cada uno de los agentes decide que lo suyo es la única y mejor solución. No podemos seguir mirando a otro lado, mientras se hace más política con la Sanidad que sobre Sanidad. Pero la responsabilidad no es solo de los partidos y de los políticos; ni mucho menos. Los culpables, como en Fuenteovejuna, somos todos. A nuestra querida Sanidad parece que queremos matarla entre todos, aunque al final digamos que ella sola se murió. Por fortuna sus achaques todavía no son mortales y podemos ayudarla. Eso sí, basta de tratamientos parcelares, como si la estuviéramos visitando una multitud de especialistas descoordinados. Hay especialistas de todo tipo, y seguro que todos ellos bien intencionados, o al menos con legítimo interés, aunque solo sea en lo suyo. Los médicos creemos que todo se arreglaría si nos dejaran hacer; pero incluso entre nosotros discrepamos sobre la receta, pretendiendo abordar el problema desde una u otra perspectiva. El resto de profesiones sanitarias reclaman, y con razón, más participación, a su vez; pero recelando unas de otras, como defendiendo como propias partes del cuerpo de la enferma, si no disputándoselas abiertamente, o negando el valor o el estatus de los otros. Los gestores sanitarios dicen tener un discurso pragmático, pero esto es más aparente que real, ya que es más bien inmovilista, pues está más centrado en los medios y en la perspectiva de la organización, que en los fines de las instituciones. Los políticos, por volver sobre ello, pues eso, a la greña en todo y por todo. Aunque entre ellos hay mucha gente capaz, lo cierto es que la búsqueda del rédito electoral anula cualquier otro planteamiento más sensato. Y todavía nos quedan los otros expertos, del tipo que sean —en gestión y modelos sanitarios, economistas, calidólogos, bioeticistas, etc.—, que a pesar de hacer con frecuencia grandes aportaciones, rara vez se integran, o son integrados, en equipos multidisciplinares. Y todavía me queda el sanctasanctórum del desquicie de nuestro sistema, la casi imposible convivencia entre financiación y provisión de servicios en un modelo altamente centralizado pero sin mecanismos efectivos de gestión responsable y compartida.

En España todos necesitamos unos ejercicios cívico-espirituales de nuevo cuño. De la religión que practicamos cada uno ya sabemos suficiente. Se trata de caernos del caballo, como San Pablo, y convertirnos a la fe del Bien Común y entrar en un modo de vida que se llama Sociedad Civil. Los mandamientos de este credo, compatibles con todo y todos, son sencillos, y en realidad pueden reducirse a solo uno: Buscarás el bien común del conjunto de los ciudadanos como si fuera el tuyo.

Dado que la sociedad civil la componemos todos, deberíamos ser también capaces entre todos de establecer los mecanismos de participación de todos —valga la reiterada redundancia— en ese bien común que es nuestra sanidad. Decir que el paciente está en el centro del sistema es una bonita frase que por desgracia el día a día desmiente una y otra vez. Algo parecido ocurre cuando afirmamos que nuestro modelo sanitario se diseña y gobierna para maximizar los resultados de salud. No digo que seamos cínicos y no queramos ambas cosas. Lo que ocurre es que no terminamos de sumar fuerzas para que eso ocurra. Una obligación inicial es, desde luego, que al abordar los temas seamos capaces de tomar distancia de nuestros propios intereses. No es que no debamos, y podamos, tenerlos en cuenta; se trata de que lo hagamos en el contexto del resto de intereses aportados por cada uno de los posibles interlocutores.

El caso es que a la hora de declarar cuál es el mínimo común denominador de esos intereses propios frente a los ajenos, nos encontraríamos con la sorpresa de que más que mínimo es de máximos. Se llama obtener valor en salud.

En el campo de juego de la sociedad civil los profesionales sanitarios debemos ser capaces de ponernos de acuerdo, sin más excusa. Pero, si solo nos tuviéramos en cuenta a nosotros mismos, caeríamos en un inaceptable directorio profesional. Los profesionales somos servidores de la sociedad y por eso nos debemos a ella y a sus intereses, no al revés. En la alianza entre ciudadanos y profesionales, quienes representan con más legitimidad los intereses comunes son los primeros; de hecho, nosotros también formamos parte de ese colectivo. El ser profesional sanitario no es la condición principal.

La suma y el trabajo coordinado de las organizaciones profesionales y de pacientes es un paso necesario, pero debe darse con la clara conciencia de que no puede ser solo para defender, de nuevo, intereses propios, o conjuntos, sino para establecer una conciencia ciudadana que permita una doble tarea: informar y abrir cauces de participación. O dicho de otra forma, generar conocimiento real en la población de cuál el verdadero significado de palabras como Salud y Sanidad, y aprender a continuación de la segura valiosísima respuesta que los ciudadanos, en su conjunto, nos sabrán dar.

En conclusión, una sociedad civil informada, activa, en la que todos aportemos, es la vía más adecuada para conseguir, o si se prefiere forzar, una política sanitaria sensata y efectiva; o al menos debería serlo. Lo que es inaceptable es creer en algún momento que actuar así sería pedirnos demasiado a nosotros mismos, pues abandonaríamos la defensa de nuestros cuarteles. Seamos generosos, seamos sensatos, y generemos gobernanza compartida; si no, nos vaya ir mal, muy mal.


“En el campo de juego de la sociedad civil los profesionales sanitarios debemos ser capaces de ponernos de acuerdo, sin más excusa”