Ricardo Gómez Presidente de la Sociedad Española de Medicina Interna | jueves, 21 de febrero de 2019 h |

La Medicina moderna ha alcanzado en las últimas décadas unos logros extraordinarios. En el futuro próximo, el progresivo conocimiento del genoma y el desarrollo de las ómicas, hacen entrever la posibilidad de realizar una Medicina personalizada, de precisión, que permita diseñar tratamientos individualizados a las características concretas de cada paciente.

Paradójicamente, la Medicina actual, caracterizada por un alto nivel tecnológico y de especialización, corre el riesgo de convertirse en una actividad cada vez más deshumanizada y mercantilizada.

Una de las características de la Medicina moderna es el creciente abuso de exámenes médicos innecesarios que conducen al sobrediagnóstico de procesos sin repercusión real en la salud y al sobretratamiento con terapias que conllevan más riesgos que beneficios para el paciente. Se ha calculado que, en los países desarrollados, hasta un tercio de los costes sanitarios se derrocha en prácticas médicas de escaso valor que no aportan beneficio o incluso representan un riesgo para el paciente.

Estas actuaciones médicas desproporcionadas vienen condicionadas tanto por la creciente superespecialización de la Medicina, que conduce a la fragmentación asistencial, como a la fascinación social por la tecnología médica que ha convertido a la medicina en un bien de consumo (“cuanto más mejor” y “cuanto antes mejor”).

La Medicina tecnológica tiende a despersonalizar la asistencia, separando a la enfermedad del enfermo, fomentando la protocolización y la tipificación, en detrimento de la individualidad del paciente.

¿Es sostenible la contradicción de una medicina de precisión y despersonalizada, al mismo tiempo? ¿Es posible aplicar una Medicina altamente tecnológica de manera individualizada, humana y eficiente?

En nuestra opinión, para alcanzar este objetivo, resulta imprescindible recuperar las esencias de la medicina humanista y retomar un viejo paradigma de la medicina clínica tradicional: “no existen enfermedades, sino personas enfermas”, como mantenía Gregorio Marañón. William Osler decía lo mismo de otra manera, “no hay que saber qué enfermedad tiene este paciente, sino qué paciente tiene esta enfermedad”.

En este escenario, ¿qué puede aportar la Medicina Interna? El razonamiento clínico es el signo de identidad de la Medicina Interna y debería mantenerse como la base de una práctica clínica de valor. Hay que recordar que ninguna prueba diagnóstica supera la sensibilidad y la especificidad de una buena historia clínica. Asimismo, para mejorar los resultados en salud, es imprescindible que los clínicos apostemos por una Medicina humanista, basada en los valores y centrada en el paciente. La “personómica” es y será la ómica más trascendente para la práctica clínica.

La recuperación de las esencias de la medicina clínica adquiere una importancia crítica en el actual escenario demográfico y epidemiológico, caracterizado por el envejecimiento poblacional y la pandemia de enfermedades crónicas no transmisibles que generará en las próximas décadas un incremento exponencial de pacientes de edad avanzada con multicomorbilidad.

Para dar respuesta a este nuevo escenario, se requieren políticas sanitarias que reorienten nuestro actual modelo que se centra prioritariamente en la atención a pacientes agudos y se define por su carácter hospitalocéntrico, superespecializado y altamente tecnológico, por un nuevo modelo sanitario que debería basarse en los siguientes principios. En primer lugar, la apuesta firme por la Atención Primaria como eje fundamental del sistema; en segundo, la potenciación de la Enfermería como proveedora de cuidados y de nuevos roles asistenciales; en tercero, la reorganización hospitalaria, siguiendo un modelo dual, que de respuesta tanto a los problemas agudos de alta complejidad tecnológica (“procesos factory”) como a la atención de los pacientes crónicos que requieren una continuidad de cuidados (“hospital generalista”); en cuarto, la integración de los servicios sanitarios y sociales; y en quinto, la personalización de la asistencia (medicina de precisión).

La Medicina Interna se caracteriza por un compromiso irrenunciable con la visión integral del paciente. Su carácter clínico generalista, dota a los médicos internistas de una gran polivalencia y versatilidad que les hacen especialmente útiles para abordar el reto de la cronicidad y la multicomorbilidad, evitando el fenómeno del “paciente fragmentado”.

En este contexto, la Medicina Interna debe ampliar sus competencias y liderar la transformación sanitaria desde el planteamiento fragmentado actual, hasta conseguir estructurar un hospital generalista enraizado en un modelo comunitario de atención al paciente crónico.


“La Medicina Interna se caracteriza por su compromiso con la visión integral del paciente. En el contexto actual debe ampliar sus competencias y liderar la transformación sanitaria”